En la Plaza de Armas, que fue en la época colonial el centro de la vida oficial y pública de la Ciudad de La Habana, se alza un monumento llamado El Templete. En su columna conmemorativa hay una inscripción en latin, casi borrada, que traducimos como sigue: "Deten el paso, caminante, adorna este sitio con un árbol, una ceiba frondosa, más bien diré signo memorable de la prudencia y antigua religión de la joven ciudad, pues ciertamente bajo su sombra fue inmolado solemnemente en esta ciudad el autor de la salud. Fue tenida por primera vez la reunión de los prudentes concejales hace ya más de dos siglos: era conservado por una tradición perpetua: sin embargo, cedió al tiempo. Verás una imagen hecha hoy en la piedra, es decir el último de noviembre en el año 1754".
La inscripción da fe de que en ese lugar hubo una ceiba y que bajo su sombra se celebró la primera misa y el Cabildo recibió la guarda y custodia de los fueros y privilegios de la villa de La Habana, según costumbre y usanza de las leyes de Castilla. La columna conmemorativa de la fundación de la ciudad fue erigida por el gobernador don Francisco Cagigal de la Vega en 1754, cuando la ceiba no pudo sostenerse más.
Pero antes de la fundación de La Habana, en su emplazamiento actual, la ciudad tuvo, entre 1514 y 1519, por lo menos dos asentamientos distintos: el de 1514, que en uno de los primeros mapas de Cuba, el de Paolo Forlano de 1564, sitúa la villa en la desembocadura del río Onicaxinal, en la costa sur de Cuba: otro asentamiento en La Chorrera, que esta hoy en el barrio de Puentes Grandes, junto al río Almendrales, que los indios llamaban Casiguaguas, donde los fundadores trataron de represar las aguas, conservándose en la actualidad los muros de contención de esta obra hidráulica, la más antigua del Caribe.
Y el último, que conmemora El Templete, que fue la sexta villa fundada por los españoles en la isla llamada San Cristóbal de La Habana por Pánfilo de Narváez: San Cristóbal, tal vez porque este gigante santo cruzaba los ríos apoyado en una palmera a modo de bastón, y Habana, patrimonio de oscuro origen, que puede venir de Habaguanex, nombre del cacique indio, señor de aquellas tierras, citado por Diego Velázquez de Cuéllar en su relación al rey de España.
La Habana resurgió en varias ocasiones de los escombros y cenizas a que la reducían de cuando en cuando los piratas y corsarios franceses durante la primera mitad del sigo XVI, hasta que en 1561 la Corona dispone que la ciudad sea el lugar de concentración de las naves españolas procedentes de la colonias americanas antes de partir para la travesía del océano.
La inscripción da fe de que en ese lugar hubo una ceiba y que bajo su sombra se celebró la primera misa y el Cabildo recibió la guarda y custodia de los fueros y privilegios de la villa de La Habana, según costumbre y usanza de las leyes de Castilla. La columna conmemorativa de la fundación de la ciudad fue erigida por el gobernador don Francisco Cagigal de la Vega en 1754, cuando la ceiba no pudo sostenerse más.
Pero antes de la fundación de La Habana, en su emplazamiento actual, la ciudad tuvo, entre 1514 y 1519, por lo menos dos asentamientos distintos: el de 1514, que en uno de los primeros mapas de Cuba, el de Paolo Forlano de 1564, sitúa la villa en la desembocadura del río Onicaxinal, en la costa sur de Cuba: otro asentamiento en La Chorrera, que esta hoy en el barrio de Puentes Grandes, junto al río Almendrales, que los indios llamaban Casiguaguas, donde los fundadores trataron de represar las aguas, conservándose en la actualidad los muros de contención de esta obra hidráulica, la más antigua del Caribe.
Y el último, que conmemora El Templete, que fue la sexta villa fundada por los españoles en la isla llamada San Cristóbal de La Habana por Pánfilo de Narváez: San Cristóbal, tal vez porque este gigante santo cruzaba los ríos apoyado en una palmera a modo de bastón, y Habana, patrimonio de oscuro origen, que puede venir de Habaguanex, nombre del cacique indio, señor de aquellas tierras, citado por Diego Velázquez de Cuéllar en su relación al rey de España.
La Habana resurgió en varias ocasiones de los escombros y cenizas a que la reducían de cuando en cuando los piratas y corsarios franceses durante la primera mitad del sigo XVI, hasta que en 1561 la Corona dispone que la ciudad sea el lugar de concentración de las naves españolas procedentes de la colonias americanas antes de partir para la travesía del océano.
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